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La imagen del rey, por ley,

Lleva el papel del estado:

El niño fue fusilado

Por los fusiles del rey.

José Martí, Versos Sencillos.

Otoño de 1991. Semana Santa ya había pasado, con días templados. Abril empezó igual, con sol y buen tiempo. El primer frío vino la noche del viernes 19, algo que siempre angustió  a María Armas de Bulacio. “Habrá tenido frío en el calabozo”, decía cuando pensaba en las últimas horas de conciencia de su nieto, ese pibe de 17 años que la iba a parir como una luchadora contra la represión estatal por más de 20 años.

En estos 29 años hubo varios intentos de reconstruir, por escrito, para la pantalla o el escenario, el Caso Bulacio. Muchos proyectos quedaron en el camino o resultaron insulsos y deformados folletines. Sólo uno pocos –como la reciente puesta teatral “Muerte Accidental de un Ricotero”- lograron sintetizar la complejidad de las alternativas procesales, el infierno de “chicanas”, la aridez de las decisiones -o indecisiones- judiciales y el fragor de la movilización popular que convirtió al pibe rockero de Aldo Bonzi en ícono de la lucha antirrepresiva.

La historia de la detención, tortura y muerte de Walter David Bulacio empezó con el operativo policial en el estadio Obras la noche del 19 de abril de 1991 y terminó el 26, con su muerte en el sanatorio Mitre. Pero en el curso de esa semana, el nombre y la cara de Walter ganaron las calles. La primera marcha, cuando el pibe todavía estaba en coma, fue convocada por la comunidad educativa de su colegio, el Nacional Rivadavia, en la Avenida San Juan.

En la segunda marcha, contrariando a quienes propugnaban caminar en silencio, un grito se hizo unánime, y se quedaría para siempre: YO SABÍA, YO SABÍA, QUE A WALTER LO MATÓ LA POLICÍA. Han pasado 29 años, pero en las canchas de fútbol, en los recitales, en las marchas contra el gatillo fácil o en los escraches a comisarías, más temprano que tarde, se escucha esa consigna, a veces cambiando el nombre de Walter por otro, a veces generalizando “a los pibes los mató la policía”. Hoy gritan Yo sabía… chicos que no habían nacido cuando mataron a Walter, pero que saben, saben porque no necesitan que nadie les explique cuál es el rol de la policía, porque lo viven en su propio cuero cada día de su vida.

La historia de Walter es también la nuestra como organización. Martha Ferro, trabajadora de prensa, luchadora socialista y feminista, conocía el pequeño y desordenado grupo de militantes que éramos entonces, y presentía la potencialidad que podía tener una organización en la que tratábamos de fundir el activismo con las familias de las víctimas, encarando todos los posibles escenarios de intervención antirrepresiva. De su mano, Víctor Bulacio y su mamá, Mary, se sumaron a CORREPI, decididxs a encarar colectivamente la lucha en tribunales y en las calles. Fue la puntada final en el principio de nuestra propia historia, que había comenzado unos años antes junto a lxs familiares del Negro, Willy y Oscar de Ingeniero Budge, de Francisca, la mamá de Agustín Ramírez y de Estela, la mamá del “Peca” Rivero.

Desde el primer momento estuvo claro cuál era el eje de la movilización popular por Walter. Las consignas contra las detenciones arbitrarias de los edictos policiales y la averiguación de antecedentes, el gatillo fácil y las torturas en lugares de detención surgieron y se extendieron masivamente. Era algo que siempre había estado ahí, invisibilizado y naturalizado, que estallaba con una dinámica sin precedentes.    

Sofía Tiscornia, en su tesis doctoral sobre el Caso Bulacio, comparó la acción que desarrollamos con el niño del cuento de Andersen, ese que, “en el momento culminante de la ceremonia en que el Emperador exhibe su investidura a los súbditos, ‘descubre’ enunciándolo, que el rey está desnudo”, y nombra eso que existía, “lo que todos sabían pero, por muy diversas razones e intereses, no estaban dispuestos o capacitados para enunciar”, para que no se advirtiera que “tras las ropas imperiales solo hay puro poder de violencia fundadora de derecho”.

Aquí no se trataba de reyes, pero sí de ropajes imaginarios que encubren los mecanismos de control social y disciplinamiento que garantizan, desde el poder, la gobernabilidad de un sistema fundado sobre la explotación y la opresión de las mayorías sojuzgadas.

Veintinueve años después, creemos que no es el momento de repasar los hechos de esa semana de abril, ni de volver sobre las increíbles vicisitudes de una causa penal que, después de más de dos décadas, y sentencia de la Corte IDH mediante, llegó tarde y mal a un juicio oral que sólo debatió la detención ilegal en cabeza del comisario Miguel Ángel Espósito, apenas si uno de los engranajes del sistema, que recibió una condena menos que simbólica. Todo lo que se quiera saber sobre los hechos y la causa ya lo hemos dicho, escrito y publicado.

Hoy, el aniversario de la detención, tortura y muerte de Walter, nos encuentra en medio de una situación de excepción, tratando de revelar el alcance y gravedad de las consecuencias represivas de la batería de medidas implementadas frente a la emergencia sanitaria. En este abril inusual, no podemos estar en la calle para gritar que lo mató la policía y que el estado es responsable, ni para levantar, junto al de Walter, los nombres y rostros de las miles de víctimas de la represión de todos los días. En este abril, sin embargo, es la misma lucha.

Como el 24 de marzo, como el próximo 30 de abril, cuando se cumplan 43 años de la primera ronda de las Madres, este abril no salimos por Walter, pero nos movilizamos y actuamos, con todos los medios disponibles, porque los motivos de lucha se multiplican.

Por Walter y por todxs, contra la represión, ¡Organización y lucha!

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