Lectura: 3 min.

Florida, Vicente López. Lo que empezó como un desesperado pedido de auxilio terminó en un asesinato policial. El 3 de septiembre, a las 6.40 am, Octavio Claudio Buccafusco, un joven de 34 años que atravesaba una crisis de ansiedad con ataques de pánico llamó al 911 para denunciar que intentaban robarle en su domicilio. Minutos después, la policía lo mató.

Lo que debía ser un auxilio terminó siendo un nuevo hecho de violencia policial letal. Según los registros, dos oficiales de la Unidad de Policía de Prevención Local (UPPL, fuerza de seguridad que depende del municipio) acudieron a su casa. La respuesta de las uniformadas no convenció a Octavio, que, acompañado de su perrito y montado en su bicicleta, decidió ir a la comisaría de la policía bonaerense ubicada a pocos metros de distancia.

Hasta allí lo siguieron y pidieron refuerzos. Fue en ese punto que las cámaras de seguridad del municipio registraron la brutal secuencia: cuatro policías contra un solo hombre, que nunca dejó de sostener a su mascota entre los brazos.

Las imágenes son estremecedoras. Rodeado, increpado y finalmente derribado, Octavio fue reducido con golpes, esposado en el suelo y sometido a una presión salvaje: rodillas de los oficiales clavadas sobre su cuerpo durante interminables minutos, mientras él dejaba de reaccionar. Ninguno de los agentes reaccionó a lo obvio: el joven estaba asfixiándose.

Cuando al fin lo soltaron, ya era demasiado tarde. Cuando llegó una ambulancia y aplicaron maniobras de RCP, pero el desenlace ya estaba sellado. Octavio esta sin vida.

El acta policial -que debería haber reflejado con precisión lo ocurrido- es más un guión de encubrimiento que un documento oficial. Nada coincide con las imágenes de las cámaras. Nada explica por qué un joven desarmado, vulnerable, terminó muerto bajo las botas policiales.

La historia reciente está marcada por episodios similares: jóvenes, adultos y personas mayores fallecidas en procedimientos policiales similares. No hace falta recordar el caso de George Floyd en EEUU. Allí están las historias de Diego Villarreal Cabrera (CABA, 2017), Facundo Morales Schonfeld (CABA, 2023), Gianfranco Fleitas Cardozo (Don Torcuato, 2021), todos aplastados o golpeados hasta morir. O Fernando “Pata” Díaz (Moreno 2010), Jorge “Tito” Ortega (Pergamino, 2013) y Alejandro “Tino” John (Lago Puelo, 2021), directamente fusilados por la policía llamada frente a una crisis emocional o situación de salud mental.

Con apoyo de CORREPI y otros espacios, y gran parte de la comunidad de Vicente López movilizada, la familia ya está interviniendo en la causa penal para reclamar juicio y castigo por este asesinato a plena luz del día. La policía nunca es la respuesta en estos casos, actúa como está formateada para hacerlo y no contempla la necesaria intervención de equipos de salud mental capacitados. La consecuencia es tan repetitiva como escalofriante: la víctima, lejos de ser protegida, termina muerta.

La muerte de Octavio muestra a una fuerza que, lejos de cuidar, apela a la brutalidad como único recurso. Basta ya.

Comments

comments