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Lomas del Mirador, provincia de Buenos Aires, 25 de diciembre de 2024. Como es habitual en la madrugada de cualquier feriado, en especial en las fiestas de fin de año, una familia y sus amigos se divertían bailando con música en la vereda. Como también suele pasar, un vecino que a esa hora quería dormir se enojó y salió a reclamarles que bajaran el volumen. El intercambio de palabras no fue amable, lo que tampoco es inusual. Hasta ahí, nada llamativo.

Pero el vecino era un comisario retirado de la PFA, que decidió salir a reclamar su derecho al silencio portando un arma. Fin de la historia, el comisario disparó al abdomen a uno de los asistentes al festejo, un colectivero de 40 años, y lo mató.

Tampoco es demasiado extraordinario que un policía, activo o retirado, recurra al uso del arma en una situación así. Ya en 1969 Rodolfo Walsh nos enseñaba que la vocación de violencia de los policías no se agota en la tortura o el gatillo fácil, sino que “sus conflictos personales y aun sus pequeños incidentes cotidianos suelen resolverse por la vía del arma reglamentaria”. De hecho, el Archivo de Casos de personas asesinadas por el aparato represivo estatal que CORREPI elabora registra una docena de casos similares, protagonizados por integrantes de las más diversas fuerzas de seguridad.

Lo realmente disruptivo en este caso es la reacción de una parte de la sociedad que frente al hecho, reivindique al “jubilado” por haber ultimado a un “marrón” que molestaba con su música, tal escribe en sus redes un tuitero del gobierno. Son innumerables los posteos en redes sociales de apoyo al comisario retirado, que no se privan de estigmatizar a su víctima, lo que da cuenta del clima de violencia reaccionaria y odio de clase instaurado en el país en estos tiempos “libertarios”, como gustan llamarse para desesperación del uso histórico del término, referido a la defensa de las libertades democráticas, los derechos individuales y los DDHH.

Ahora resulta “sentido común” que si molesta lo que hace el vecino, está justificado pegarle un tiro. Esta idea muestra, como pocas, cómo hemos permitido que se disuelvan todos los consensos democráticos tan trabajosamente construidos a lo largo de décadas de lucha, cómo retrocedimos escandalosamente en la valoración de la vida como el bien más valioso a defender.

No podemos resignar nuestra historia, que nos coloca en un lugar de privilegio a nivel mundial en la defensa de los derechos humanos. No es posible equiparar el derecho a la vida con el derecho al silencio. Estamos atravesando, desde hace un año, una pesadilla de la que necesariamente debemos despertar, para volver a poner las cosas en su lugar. Estamos padeciendo un verdadero cambio de régimen que, a diferencia de anteriores intentos, que no fueron pocos, ha logrado un importante nivel de consenso. La responsabilidad por cambiar este estado de cosas es toda nuestra.

Hagámonos cargo, con unidad, organización y lucha.

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