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Hace siete años, despedíamos a Olga Castro, compañera que, desde 1992, era sinónimo de lucha antirrepresiva, en especial en la zona oeste. La vida de Olga cambió rotundamente el 6 de agosto de 1992, cuando una vecina llegó a su casa en Rafael Castillo para avisarle que había visto que detenían a su hijo Sergio Gustavo Durán en Morón. Olga corrió a la comisaría 1ª, en la calle Mitre al 900, un edificio que tenía la Unidad Regional en el primer piso y enfrente al Colegio de Abogados y compartía medianeras con dos juzgados a los lados y el Arzobispado de Morón al fondo. “Me dijeron que estaba detenido por averiguación de antecedentes -nos iba a contar apenas unos días después- y yo les dije que no podía ser, que el “Gondi” era menor de edad y les mostré la partida de nacimiento“. Trató de ubicar a la jueza de menores de turno, pero era sábado y no pudo pasar de la garita policial en la entrada del edificio de Colón y Brown, donde le dejó una nota con el vigilante de guardia. Volvió a la comisaría y esta vez le dijeron que con unos pesos la cosa se podía arreglar. Olga fue y vino, hasta que, ya cerca del mediodía del día siguiente, después de una larga espera le dijeron “su hijo se descompensó, lo llevamos al hospital pero falleció”.

Olga lloró a su hijo adolescente, pero no perdió un minuto. Se acordó de un vecino fotógrafo que a veces trabajaba para el diario Crónica. Le pidió que fotografiara las marcas que la tortura había dejado en el cuerpo de Sergio y que la contactara con Martha Ferro, que ya era mito como cronista policial con la oreja puesta en el pueblo. El resto fue rápido: dos días después, Olga nos trajo las fotos y empezó la batalla judicial y en las calles.

Olga, de la mano de su hija Marcela, entonces apenas adolescente, se sumó al pequeño grupo que, con Estela Rivero, la mamá del “Peca”; Mary Armas, la abuelita de Walter Bulacio y Delia Garcilazo, la mamá de “Fito” Ríos, dio forma y puso corazón a lo que hoy es CORREPI.

“Que puedo decir de mi mamá, era una leona defendiendo a sus cachorros. Compañera, compinche, amiga. Una mujer incansable y luchadora con un corazón de oro que poco a poco se fue apagando por la muerte de Sergio, al igual que nosotrxs sus hermanxs. Es que el negro siempre nos hacia reir. Pensar que este 6 de agosto se cumplen 28 años que lo asesinaron en la Comisaría Primera de Morón y el dolor es el mismo que aquel jueves 6 de agosto de 1992.
Dicen que pasa el tiempo y el dolor es menos, que gran mentira. “No se vale bajar los brazos por nuestros seres queridxs” asi decia mi vieja siempre. Hoy hace 7 años de la muerte de mi mamá. Ella ya no está pero estoy yo para seguir. Como dice el dicho, de tal palo tal astilla. Perdono pero no olvido. Sergio Durán y Olga Castro Presentes ¡Ahora y siempre!”
(Marcela Durán, Hermana de Sergio Durán e hija de Olga Castro, compañera de CORREPI)

Olga Castro, mamá de Sergio Durán.

El “caso Durán” se convirtió en el “juicio a la tortura”. Por primera vez desde el fin de la dictadura cívico-militar-eclesiástica, pudimos probar judicialmente el uso de una picana en una comisaría. Probamos que al pibito de 17 años lo torturaron más de 8 horas, sometiéndolo a las más aberrantes prácticas. Probamos que, agotados los mecanismos de defensa de su organismo, literalmente murió de dolor.

Morón se sacudió, movilización tras movilización, hasta que -huelga de hambre en la puerta del juzgado incluida- logramos que un parsimonioso juez ordenara la captura de los cinco policías, identificados gracias a la valentía de los presos de esa noche, que pagaron caro no haber respetado la ley del silencio.

Luego vino la novela de las profugaciones, por turno y siempre con apoyo oficial, y nuestra búsqueda, a pata y pulmón. Los fuimos encontrando uno a uno, incluso más de una vez, como al que excarcelaron a pesar de su fuga previa, y se volvió a escapar. Llegamos tres veces al juicio oral. El oficial Jorge Ramón Fernández y los cabos Ramón Nicolosi y Raúl Gastelú fueron condenados a prisión perpetua por tortura seguida de muerte en 1995, 2003 y 2005, pero son policías: ninguno está preso ya.

Encontramos también al subcomisario Miguel Ángel Rojido y al oficial subinspector Luis Alberto Farese, pero a los dos los dejaron escapar de nuevo, y siguen impunes.

Hoy, como le prometimos a Olga cuando la despedimos hace siete años, los seguimos buscando.

Acordate de sus caras, imaginátelos 28 años más viejos. Son torturadores.

Y si los ves, no le avises a la policía (ni al juez). Avisale a CORREPI.

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