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Todos los meses recordamos a lxs pibxs que se llevó la bala policial y la impunidad judicial. Nuestra tarea como militantes antirrepresivos implica que nunca dejemos caer en el olvido el recuerdo de todxs nuestrxs pibes ni la lucha de sus familiares por conseguir justicia. A los asesinos uniformados los queremos sentados en el banquillo de los acusados.

Hace 21 años, el 13 de octubre de  2002, Héctor “Pule” Otero, de 28 años, se convirtió en blanco fácil para un policía retirado que fue a defender a un violador. Así sin más: Raúl Armando Smith, asesino de Pule, fue a impedir, a punta de la reglamentaria, que vecinos se manifestaran en contra de un hombre acusado de violación en Ciudad Evita, partido de La Matanza. Un disparo de su arma hirió a un muchacho y otro mató a Pule.

En 2013, más específicamente, el 1ero de octubre de ese año, la reglamentaria del Sargento de la PFA Claudio Alejandro Kiecak se llevó la vida de Carlos Ojeda, de 23 años. volvía a su casa en Villa España, Berazategui, después de ver a su banda preferida, “La Liga”, gracias a que juntó mango por mango en su laburo de delivery en una pizzería del barrio. Pero Carlos no pudo llegar a su casa: la bala policial le quitó, como a tantxs pibxs, la posibilidad de volver. 

Para la policía, ser joven y de barrio es un delito. Tal es así que también se llevaron la vida de Kevin Amarilla, que tenía tan solo 15 años. El fusilador de Kevin fue el policía bonaerense Daniel Prieto, que la noche del 29 de octubre de 2016 disparó cuatro veces con su arma reglamentaria sobre la espalda del pibe. A Kevin lo mataron por portación de rostro y por ser un pibe de la villa, pero su madre Sandra Amarilla se organizó en CORREPI y no dudó en salir a las calles para dar la pelea por su hijo y por todos lxs pibes asesinadxs por las fuerzas represivas.

El 24 de octubre de 2017, el policía federal Néstor Gabriel Anríquez disparó cuatro veces contra Leandro Duarte de 18 años. Dos de las balas le impactaron en la espalda, y pocas horas después, Leandro murió en el Hospital Evita. 

El 19 de octubre de 2018, Juan Pablo Pata y Ezequiel Gorosito fueron asesinados por el teniente de la Policía Bonaerense Wilfredo Olima, en las inmediaciones de las calles Quintana y Triunvirato, en el barrio de Villa Bosch, San Martín. La familia de Juan Pablo, desde ese día, y a pesar de que la causa se cerró, se organizó en CORREPI y pudo distinguir que el asesinato de su ser querido no es un hecho aislado, sino que es parte de una política de estado recurrente.

El 1º de octubre de 2019, en Villa Crespo, tres policías de la Ciudad, Claudia Alejandra Beatriz Manzanelli, Daniela Isabel López y Darí hao Ramón Pérez, rodearon a Claudio Romano, remisero de 39 años que estaba ya herido, caído en el piso e incapacitado para levantarse, y le dispararon con sus armas reglamentarias hasta matarlo. Seguimos esperando que haya fecha de juicio y que, en efecto, se haga justicia por Claudio. 

El 23 de octubre de 2020, en Villa Scasso, La Matanza, precisamente en frente de la casa del oficial Marcos Gallardo, se produjo un supuesto robo. Una patota, encabezada por Gallardo, irrumpió en varias casas del barrio, pateando puertas, para encontrar a los ladrones. Alejandro Espíndola, que estaba reunido con sus amigxs cerca del lugar del hecho, se cruzó con Gallardo que, sin mediar palabra, disparó contra su cuerpo. Un disparo, de los tantos que hubo en ese cruel fusilamiento a sangre fría, entró por la ingle de Alejandro, y salió por un glúteo. Fue hospitalizado y operado tres veces, pero no resistió. Finalmente murió el día 23 de octubre.

Pedro Campanini se encontraba demorado en una comisaría de Capilla del Señor por una sospecha de hurto. El 11 de octubre de 2022 Pedro apareció muerto en el calabozo luego de ser enviado al Hospital Municipal en varias ocasiones por las brutales golpizas que recibió mientras estaba detenido. La familia de Pedro aún exige justicia y grita que ¡nadie se suicida en una comisaría! ¡A Pedro lo mató la policía!

Escribir estas notas nos duele porque nos hace caer en la cuenta de que el número de casos crece. Y estos números no son números, son pibes y pibas jóvenes que se cruzaron con el gatillo fácil y la violencia institucional. Sin embargo, en este contexto donde los discursos de odio son moneda corriente, a la cara de la muerte y a la impunidad estatal le redoblamos la apuesta y le decimos ¡nunca más!

¡Basta de gatillo fácil!

¡Basta de muertes en comisarías!

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